No hubo descanso prolongado. Apenas recuperaban el aliento, apenas sus cuerpos dejaban de temblar, cuando la necesidad volvía a surgir, imperiosa, demandante. Se miraban, sonreían con complicidad, y el ciclo comenzaba de nuevo. Probaron cada rincón de la habitación, cada postura que su imaginación y sus cuerpos flexibles les permitían. El suelo alfombrado, el sillón junto a la ventana, incluso la ducha, se convirtieron en escenarios de sus encuentros desenfrenados. El agua caliente cayendo sobre sus cuerpos entrelazados añadió una nueva dimensión a sus sensaciones, el vapor envolviéndolos en una nube íntima mientras sus gemidos se mezclaban con el sonido del agua.
Laura perdió la noción del tiempo. Las horas se fundían unas con otras en una bruma de deseo y satisfacción. Solo existían ellos dos, sus cuerpos y el placer que se daban mutuamente.
El hambre física se hizo presente en algún momento, un recordatorio de que eran mortales, pero incluso eso lo resolvieron con una rapidez casi