Mundo ficciónIniciar sesiónFiel al engaño. Parte 1
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Cuando le pedí a Maribel que se casara conmigo y me dio el sí, fui el hombre más feliz del mundo. Llegué a pensar que podría tenerla entre mis brazos y hacerla mía, no solo de corazón, sino también en cuerpo. Sin embargo, ella, fiel a sus creencias, quiere llegar virgen al altar, y la he respetado con mucho esfuerzo... hasta hoy, que no logré contener mis instintos y di un paso más de lo que no debía.
Soy consciente del compromiso adquirido con ella, consciente de que su propósito es inquebrantable antes de llegar al altar. Aun así, se me hace cada vez más pesado el camino que decidí transitar a su lado. Lamentablemente, a pesar de que es a ella a quien amo con todo mi corazón, no puedo dejar de, en cierta forma, engañarla, recurriendo a damas de compañía para saciar mis deseos más primitivos.
Falta muy poco para la boda, y he tratado de concentrarme exclusivamente en eso. Sin embargo, esta noche, al intentar avanzar con Maribel y sentir su rechazo —aun sabiendo que pronto amaneceré junto a ella todas las mañanas—, algo dentro de mí se desordena. El deseo reprimido vuelve a dominarme, empujándome a buscar, una vez más, a las mujeres que contrato para satisfacer mis impulsos.
Con una linda sonrisa, como es costumbre, Maribel se despide de mí cuando la dejo en su departamento. Le devuelvo el gesto con ternura, pero no puedo sacar de mi cabeza lo hermoso que habría sido si simplemente se hubiese dejado llevar.
Al salir de su edificio, me subo al auto y conduzco a toda velocidad hacia la mansión. Una vez allí, me despojo de la ropa, dejándola caer al suelo, y me meto bajo la ducha. El agua fría golpea mi piel con fuerza, pero no logra apagar el fuego que me consume. La frustración me vence y tomo una decisión que ya conozco demasiado bien: voy a mi departamento de soltero y cito allí a la más fiel de las damas de compañía que conozco.
Intento convencerme de que esto no es una deslealtad, de que es solo una forma de liberar la tensión que me produce contenerme con Maribel. En mi mente repito que no la estoy traicionando, que solo necesito calmar mis deseos. Pero la culpa se cuela entre mis pensamientos como un torbellino. Aun así, cuando la mujer llega, dejo que el instinto tome el control. La tomo con fiereza, descargando toda la ansiedad que me domina, mientras mi mente repite que, una vez casado, ya no necesitaré de nadie más.
Cuando todo termina, me quedo observándola vestirse, sin decir palabra. Me dedica una sonrisa insinuante antes de irse, dejándome solo en la habitación, con el eco del silencio y el peso de mis pensamientos. Sé que esto no me hace un hombre fiel, pero intento convencerme de que mi amor por Maribel es más fuerte que mis actos.
Pasan los días y finalmente la acompaño al aeropuerto. Juro por Dios que la extrañaré, porque, a pesar de mis noches vacías y de pagar por compañía, la amo con una intensidad que me asusta. Sin ella, mi vida pierde sentido.
Antes de que se marche, paso a la cabina a hablar con el piloto y, de paso, con la azafata, para asegurarme de que la atiendan como se merece y me mantengan informado de cualquier inconveniente.
—¡Tranquilo, mi amor! Llegaré bien a Brasil. Estoy en uno de tus aviones, por lo tanto, en uno de los mejores —dice sonriendo, emocionada por el viaje que tanto desea realizar. Lo ha planeado desde hace tiempo, negándose a que la ayude con los gastos de su estadía. Aun así, no dudé en facilitarle el avión privado, y no acepté un no por respuesta.
Su extrema sencillez me demuestra que no está conmigo por mi dinero; al contrario, me ama por lo que soy. Y esa certeza, lejos de darme paz, me atormenta, porque sé que, si ella supiera lo que hago cuando no está, su amor se desmoronaría.







