Mundo ficciónIniciar sesiónFiel al engaño. Parte 2
Máximo:
— Estoy lista para el viaje —le escucho decir, y no deseo soltarla.
—Lo sé, pero no dejo de preocuparme, te extrañaré demasiado, no te imaginas cuánto —digo, al saber que no estaré con ella durante unas semanas. Estoy tan acostumbrado a su saludo por las mañanas, a una buena cena, y siempre con una agradable conversación, que es obvio que añorare su presencia.
—Yo también te extrañaré amor, pero hablaremos a diario, no te darás ni cuenta cuando este de vuelta, y seguiremos con los preparativos de nuestra boda.
—Tienes razón, el tiempo pasará volando —la azafata me hace una señal, indicándome que el piloto está preparado para emprender el viaje, le doy un beso a Maribel y estoy listo para dejarla partir—. ¡Ya vete! te amo.
Me bajo del avión, quedándome a una distancia prudente. Desde allí observo como se aleja, y una extraña sensación me invade, no sé qué será, pero trato de pensar en otra cosa, y dejar la estupidez de lado...
Tres días lleva Maribel en Brasil; una vez al día hablamos por teléfono, me cuenta las maravillas que ve a diario, me dice que me ama y que sería lindo que viajáramos juntos a ese paraíso en donde se encuentra, sin duda, concederé sus deseos más adelante, bien sabe que, si no lo hago ahora, es porque tengo compromisos pactados antes de la boda.
Aprovecho el tiempo para trabajar y no dejar ningún detalle que pueda entorpecer mi luna de miel, pero el sonido de mi celular me interrumpe, miro la pantalla creyendo que puede ser Maribel, pero me equivoco, pues es mi mejor amigo quien está al otro lado de la línea.
—¡Hola Mariano! —saludo, para acomodarme en el sillón.
—¡Hola! ¿almorzaste? —pregunta. Hago una mueca.
—A decir verdad, iba a comer en la oficina.
—¡Por Dios! ¿Cómo se te ocurre comer en la oficina? Paso por ti en cinco minutos para almorzar —sonrío sabiendo que no recibirá un no por respuesta, tal vez, debo darme un tiempo para juntarme con él, por lo tanto, decido aceptar.
—Imposible llevarte la contraria —digo riendo —.¿Qué tal si nos juntamos en el restaurante que queda a tres manzanas de aquí? —propongo.
Luego recuerdo como es mi amigo, y miro hacia el techo imaginando que debe estar atosigando a la recepcionista; no pierde oportunidad con las mujeres, dudo que algún día se ponga serio—. Bajo enseguida —digo con pereza.
Salgo de mi oficina y veo a mi leal asistente acomodar el almuerzo en una bandeja, ella se percata de mi presencia, mientras que, solo me toca sonreír.
—Me doy cuenta de que no almorzará aquí señor Griffin —hago una mueca de disculpa y ella solo sonríe restando importancia al asunto.
—Lo siento, salió un compromiso de último minuto ¿Qué te parece si te comes mi almuerzo? —propongo, para aminorar mi falta.
—De acuerdo, no me sentará mal almorzar aquí en la oficina.
—¡Gracias bella!
Al llegar a la planta baja, lo primero que veo es a Mariano conversando con la recepcionista. Por los gestos que hace, estoy seguro de que trata de engatusarla; veremos qué tan astuta es la chica.
—¡Vamos hombre! no puede ser, la tenía casi convencida para que aceptase una cita conmigo, llegas tú y se sonroja inmediatamente, dime la verdad: ¿Qué comes que dejas a las chicas así? O ¿Es tu perfume?
—Es un secreto que no pienso revelar —bromeo.
Le doy una palmada en la espalda y comenzamos a carcajear, mientras decidimos ir caminando las cuadras que nos separan del restaurante.
—No pierdes tu tiempo, ¡eh! —digo burlón, para luego dar un leve golpe en su brazo.
Mariano reacciona de forma exagerada, entretanto, saludo a la funcionaria con cortesía. Por el rubor en las mejillas de la chica, me doy cuenta de que realmente mi amigo estaba tratando de seducirla.
Empezamos a caminar hacia la salida del edificio, donde un par de guardaespaldas me esperan para acompañarme.







