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Capítulo 2: Deseo contenido

Deseo contenido

Máximo:

Ya consolidado en el ambiente laboral, puedo decir con orgullo que, a mis treinta años, me he convertido en un exitoso empresario. Mi firma de transportes aéreos se extiende por América y Europa, dejándome plenamente satisfecho con mis logros.

Soy un hombre estructurado, con una rutina diaria. Sagradamente hago ejercicio antes de ir a trabajar; todo meticulosamente controlado para que las cosas sucedan a la hora programada.

Cada día, al llegar a mi empresa, saludo al personal con cordialidad y luego subo al último piso, donde se encuentra mi oficina. Tatiana, mi asistente, siempre tiene todo preparado para mi llegada: un café cargado sobre el escritorio y el periódico abierto en la sección financiera.

—¡Buenos días, señor Griffin!

La amabilidad con la que me saluda cada día, desde que trabaja conmigo, me hace sentir bien, pues demuestra lo conforme que está con su empleo y con mi forma de tratarla.

—¡Buenos días, Tatiana! —respondo mientras camino hacia mi oficina, seguido de ella, que carga un sinfín de carpetas que serán revisadas durante el día—. ¿Los niños? —pregunto.

—Están en la escuela secundaria, gracias por preguntar. Por cierto, encontrará una revista sobre su escritorio que, de seguro, le interesará.

Arrugo la frente, sorprendido. Ella sabe que no soy un hombre de leer revistas. Lo mío es la economía, la bolsa, las inversiones; por eso siento curiosidad.

—Veré de qué se trata —digo mientras me siento tras el escritorio.

Tatiana deja las carpetas cuidadosamente ordenadas y se retira, dejándome solo.

Cuatro años de noviazgo con Maribel Miller han sido, sin duda, los más bellos de mi vida, pero concretarlos con un compromiso es un sueño anhelado desde hace mucho. Una amplia sonrisa se dibuja en mi rostro al verla junto a mí en la primera plana de una revista de la alta sociedad. Tatiana no se ha equivocado: ver a mi prometida abrazada a mi cintura, con su mirada soñadora y su larga cabellera rubia, me hace sentir orgulloso. A mi lado tengo el deseo de muchos hombres, pero ella es mía. Aún no del todo, pero pronto lo será.

Soy el hombre que ama, el que eligió para unir su vida. Esa dicha llena mi corazón de expectativas para el futuro: visualizo una familia unida, llena de amor y, lo que es mejor, para siempre. Hasta que la muerte nos separe; de eso no tengo duda.

Al leer el artículo, mi celular comienza a sonar. Miro la pantalla y no dudo en responder de inmediato.

—¡Buenos días a la mujer más bella del mundo! —digo mientras me acomodo en el sillón, preparándome para escuchar la voz de quien alegra mi vida.

—¡Bobo! Dices eso porque me amas…

«¿Cómo no amarla?»

Maribel ha estado a mi lado en los momentos más tristes de mi existencia. Ha sido mi apoyo para sobrellevar los duros golpes que me ha dado la vida. No se merece que le hable de otra forma; es una mujer excepcional.

—¡Por supuesto que te amo! Pero es cierto, eres la mujer más hermosa del mundo. Soy un hombre al que muchos envidian.

—Creo que es al revés, y es a mí a quien envidian. Cada vez que salgo contigo, las mujeres se ponen coquetas, admirando al prometido más guapo que una chica pueda tener. ¡Soy una mujer afortunada!

—¡No es cierto! —exclamo divertido—. Por cierto, ¿viste el artículo sobre nuestro compromiso?

—Ajá, es por eso que llamaba —escucho al otro lado del teléfono. Tomo la revista entre mis manos y finjo ofenderme mientras contemplo la fotografía de mi prometida.

—¿Solo me llamas por un artículo de revista? —bromeo.

—¡Eres un loco! Bien sabes que no es así.

—¡Más te vale! —digo, imaginando su rostro sonrojado mientras intenta salir de la incomodidad. Decido cambiar de tema—. ¿Qué tal si salimos a cenar? Han inaugurado un restaurante de comida vegetariana, y creo que te gustará.

—¡Me parece perfecto! Pero… ¿de verdad no te molesta que sea vegetariano?

—¡Por supuesto que no! Por ti me comería todos los árboles del planeta.

La primera vez que invité a Maribel a cenar se sentía incómoda. Comió un pedazo de filete sin tener la confianza de decirme que era vegetariana, por miedo a que la encontrara extraña. Pero fue todo lo contrario: me pareció especial.

Me quedo charlando con ella. Me gusta sentirla entusiasmada por nuestra boda; por mi parte, me casaría mañana mismo, pero todo está programado para dentro de tres meses.

Muero por tenerla entre mis brazos y hacerla mía como jamás lo he hecho. La he respetado durante nuestro noviazgo, para que pueda llegar virgen al matrimonio, un tesoro que ha guardado celosamente.

Después de una larga jornada laboral, me voy a casa para darme un merecido baño. Una vez listo, le indico a mi chófer que me lleve al departamento de Maribel. Soy maniático de la puntualidad, y ella sabe que llegaré a las ocho en punto para irnos al restaurante.

Maribel me hace entrar al departamento y nos damos un cálido beso en los labios. Luego me quedo admirando su belleza natural: está impecablemente vestida con pantalones de tela negra y una blusa beige. Me imagino cómo se vería si esos pantalones fueran más ajustados, o incluso si llevara una falda. Su cabello rubio está recogido en una coleta; yo preferiría que lo llevara suelto, pero sé que le gusta así, y así fue como la conocí y me enamoré.

«¿Por qué pensar en banalidades a estas alturas de nuestra relación?»

—¿Máx? ¡Máx! —sacudo la cabeza al escucharla, pues al parecer lleva un rato hablándome.

—Disculpa, me distraje —hago un gesto con los ojos, lo que la hace sonreír.

«¿Por qué?»

No lo sé, pero siempre ríe con lo que hago o digo, como si nada le molestara jamás. Y, pensándolo bien, nunca hemos tenido una discusión.

—¿En qué pensabas? —pregunta.

«¿De verdad querrá saber en qué pienso?»

De pronto tengo la respuesta, y no dudo en acercarme para besarla; primero con ternura, como suelo hacerlo. Ella pasa sutilmente los brazos alrededor de mi cuello, y un impulso me lleva a intensificar el beso, apretándola más de lo habitual. Casi imperceptiblemente se escapa un gemido de mi boca, y creo sentir uno de parte de ella. Eso me impulsa a continuar y soltarle la coleta del cabello.

—Máx… —escucho a lo lejos, pero no deseo que hable; solo quiero que el beso continúe. Y, al parecer, ella también está siendo arrastrada por el deseo.

—Shh, por favor —susurro.

Siempre la he respetado, pero soy un hombre de carne y hueso, con mis necesidades, que he sabido satisfacer en brazos de otras mujeres, con la esperanza de que algún día me permita estar con ella. Y ahora que la tengo tan cerca, no deseo que este momento se acabe. Quiero poseerla. No logro contener la excitación, y mis instintos más primitivos me llevan a acariciar uno de sus senos.

—¡Max! —grita, y reacciono.

Me siento avergonzado por mi actitud. Sé que no debo pasar los límites, y falta poco para tenerla para siempre entre mis brazos, pero juro por Dios que no pude evitarlo.

—¡Lo siento! —exclamo—. No sé qué me ha pasado.

Me disculpo profundamente. Llevo cuatro años deseando tenerla para mí, y vi esta oportunidad que no dudé en tomar. Cierro los ojos, esperando una reprimenda que nunca llega.

—Amor, no te preocupes. Voy a arreglarme el cabello y luego saldremos a cenar. ¿De acuerdo?

—De acuerdo. Te espero en la sala —respondo.

Me da un beso en la mejilla y se dirige hacia su cuarto, dejándome con el deseo palpable. Al volver, me abraza y me susurra al oído:

—No pasa nada. Relájate; falta poco para la boda.

Es verdad, falta muy poco para nuestra boda, y aun así no entiendo por qué me hago esta pregunta:

¿Por qué debemos seguir esperando?

Maribel se va con una sonrisa en los labios. No está disgustada, y no debería sorprenderme, porque ella nunca lo está, especialmente conmigo.

Llegamos al restaurante y nos escoltan a la mesa que tengo reservada. Aunque deseo pasar una velada agradable, no puedo mirarla a los ojos, pues en mi mente sigue el recuerdo de lo que pudo pasar esa noche. Intento relajarme, tomando la carta para simular desinterés, y comienzo a mirar el menú.

—Recuerda que falta poco para mi viaje a Brasil —rompe el silencio—, solo un par de días.

«¿No acepta lo sucedido en su departamento?»

Yo no puedo sacarlo de mi cabeza, o tal vez será que no desea hacerlo, lo cual, en cierto modo, me conviene.

—Me hubiera gustado que pudieras venir conmigo, pero sé que tienes compromisos.

—Los puedo cancelar —digo con sinceridad.

—¡No! —exclama, abriendo los ojos más de lo normal, para luego controlar su impulso—. O sea… no quisiera que postergaras tu trabajo por un viaje que apenas durará un par de semanas.

Tal vez tiene razón. Tengo una agenda llena de compromisos, y falta tan poco para nuestra boda que no debo impacientarme por el hecho de que se irá un par de semanas.

—Siempre puedo dejar a Mariano a cargo, y tú lo sabes —aclaro.

—Amor, deseo que viajes conmigo. Lo único que quiero es tenerte cerca, pero falta tan poco para la boda…

—Sí…

—Pronto nos iremos de luna de miel y estaremos juntos para siempre.

Su mirada soñadora me demuestra que no debo preocuparme. Su viaje durará tan poco que no me daré cuenta cuando ya esté de vuelta.

—Tienes razón, pero quiero que sepas que te extrañaré. Aunque también sé que nos hablaremos a diario.

—Sí, nos hablaremos todos los días, y te diré cuánto te amo, cuánto deseo que el tiempo pase volando para estar juntos para siempre.

—Te amo —digo—. No nos daremos cuenta cuando ya estemos frente al juez, y luego llenos de hijos.

—¿Cuántos niños quieres tener? —pregunta con entusiasmo—. Vamos, Máx.

Me gusta hablar de nuestro futuro, y me alegra que desee tener hijos, pues sabe que yo quiero ser padre pronto.

—¡Diez! —respondo con entusiasmo. Abre los ojos impresionada; no esperaba una respuesta así. Para ser sincero, yo tampoco. Aunque bromeo, sería hermoso tener una familia numerosa—. O tal vez nueve.

—Diez… —repite—. De acuerdo, entonces tendremos diez hijos.

Noto en su mirada que solo desea complacerme. Con dos o tres niños revoloteando por casa estaría perfecto; yo solo quiero formar una familia y llenar el vacío que tengo desde hace años.

—Tranquila, mi amor, solo bromeaba —aclaro.

—¿No te arrepentirás?

Suelto una risotada al darme cuenta de que no quiere decepcionarme, aunque no estoy seguro si río por lo paradójica que es la vida. Maribel jamás me dice que no, excepto cuando se trata de nuestra intimidad.

—¡Estoy muy seguro! Con un par de niños seré el hombre más feliz de la tierra. Mientras sean nuestros hijos, serán los más amados.

—¡Te amo! —dice.

Se levanta de su asiento, rodea la mesa y llega a mi lado. Me sorprende su gesto. Me toma el rostro y me besa; sentir sus labios sobre los míos es llegar al cielo. Definitivamente, casarme con ella es la mejor decisión de mi vida.

«¿Podría amar más a otra mujer que no sea ella?»

Definitivamente no. Es la única que me comprende y que está conmigo en las buenas y en las malas. Doy gracias al cielo por tenerla en mi vida. Sin duda, la extrañaré cuando se vaya de viaje.

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