El aire de la sala se cargaba de una tensión insoportable. Los hombres armados rodeaban a Sebastián, pero no hacía falta mirar sus armas para saber que la verdadera amenaza estaba en la mirada de Javier. El hombre se mantenía impasible, su rostro implacable como una máscara, mientras sus ojos calculaban el siguiente movimiento. Sebastián no podía permitir que el miedo lo controlara, aunque la presión sobre él era brutal. Era consciente de que sus opciones se reducían rápidamente. Cada segundo que pasaba, la oportunidad de escapar o recuperar el control de la situación se desvanecía.
Sebastián no había llegado tan lejos solo para caer en una trampa. No iba a dejar que Javier ganara, no sin luchar. Su mente trabajaba a toda velocidad, buscando una solución, un punto débil en la maraña de amenazas y juegos de poder que lo rodeaban. Los hombres de Javier, aunque bien entrenados y armados, no parecían ser lo suficientemente astutos para anticipar cada movimiento. La situación, aunque críti