El rugido del motor del coche resonaba en la oscuridad de la noche mientras Aitana y Javier avanzaban por las calles vacías, cruzando puentes y sorteando intersecciones con la precisión de quienes saben que el tiempo es lo único que no tienen de su lado. La ciudad parecía una prisión, sus luces temblorosas en las ventanas de edificios como ojos vigilantes. A pesar de la prisa, Aitana no podía deshacerse de la sensación de que algo se les escapaba de las manos. La traición estaba cerca, y no solo de sus enemigos.
-Estamos cerca, Aitana. Solo tenemos que llegar al punto de encuentro -dijo Javier, interrumpiendo el monólogo interno de Aitana.
Aitana asintió, pero su mente no estaba completamente en lo que decía su compañero. El peso del maletín en sus manos le recordaba que las vidas de muchas personas dependían de lo que estaban a punto de hacer, y ella no podía permitirse que nada, ni siquiera la más mínima distracción, los desbordara. Sabía que Nicolás Ferrer no era alguien que simple