El sol comenzaba a ponerse cuando Aitana salió del almacén con los pensamientos dispersos, su mente un torbellino de emociones que no podía procesar. El rostro de Javier aún flotaba en su memoria, la traición que le había asestado tan fríamente. Sabía que estaba sola en todo esto, que el camino hacia la redención pasaba por enfrentarse a sus propios demonios, y también a los de Nicolás Ferrer. Pero esa noche, algo había cambiado en su interior. Había despertado una fuerza que antes no conocía.
La calle estaba desierta, las luces de la ciudad parpadeaban sobre las aceras, como si esperaran el momento adecuado para iluminar su destino. Aitana apretó los dientes, la rabia creciendo en su pecho. No podía pensar más en lo que había pasado en el almacén, en lo que Javier había revelado. Lo que realmente le importaba ahora era encontrar una salida, una forma de tomar el control y evitar que todo lo que había construido se derrumbara.
Su teléfono vibró nuevamente, rompiendo el silencio de sus