El dolor era una cosa viva, un monstruo que se enroscaba en mi bajo vientre y apretaba con garras de acero. Cada contracción era una ola que me ahogaba, robándome el aire y cualquier pensamiento coherente. Respiraba profundo, como había leído en algún libro, pero la realidad era mil veces más intensa y aterradora de lo que cualquier palabra podría describir.
Estaba asustada. No sabía qué hacer. Mi cuerpo, traicionero, había decidido iniciar este proceso por su cuenta, ignorando todos los planes, todas las advertencias médicas.
Romper fuente… Había sido una sensación extraña, humillante y aterradora a la vez. Un calor húmedo e incontrolable que me recordaba lo poco que dominaba la situación.
Frederick me sostenía con una fuerza que me anclaba a la realidad. Me guio hasta el ascensor, sus brazos siendo mi único apoyo mientras mis piernas temblaban incapaces de sostenerme. Julián corría adelante, pulsando botones y abriendo puertas.
—Yo conduzco —dijo Julián con decisión cuando ll