••Narra Charlotte••
El espacio en la cama a mi lado estaba frío. Vacío. Eso fue lo primero que noté al despertar. No estaba Frederick y tampoco estaba el pequeño calor de Jesús entre nosotros. Me senté, frotándome los ojos, y fue entonces cuando lo escuché. El sonido provenía del exterior. No era el canto de los pájaros matutino, sino un martilleo constante, metálico y urgente, mezclado con voces de hombres.
Una punzada de confusión, seguida de un leve latigazo de ansiedad, me recorrió. ¿Qué estaba pasando? ¿Nos estaban invadiendo?
Me puse la bata y salí del dormitorio con pasos rápidos.
La escena en el interior de la mansión era de una actividad frenética que no comprendía. Trabajadores, a los que nunca había visto, recorrían los pasillos con tablones de madera al hombro. Desde las ventanas del gran comedor, pude ver cómo colocaban esas mismas maderas, clavándolas con fuerza sobre los marcos, tapando la luz del día.
Mi corazón se aceleró. ¿Protección? ¿Contra qué? ¿Se había desatado