El sonido era terrible, lo admitía. Un aullido constante del viento que se colaba por cada rendija, acompañado por el golpeteo feroz de la lluvia contra las paredes blindadas de nuestra fortaleza. Tenía que decirlo, pero el sonido del viento me causaba escalofríos, me recordaba a un cántico de almas en pena.
En medio de ese caos acústico, mi teléfono vibró. Era un mensaje de Willy, quién estaba en las Bahamas junto a Arturo. ¿Cómo era que mi celular seguía teniendo señal?
"Hola Charlotte, ¡Vi las noticias! ¿Están bien ahí?"
Mis dedos se posaron sobre la pantalla, a punto de teclear un “Sí, todo bien” automático, a pesar del infierno que rugía afuera. Pero entonces levanté la mirada.
Frederick estaba sentado a mi lado, pero no estaba ahí. Su cuerpo estaba rígido, sus ojos, fijos en la pared opuesta, no veían nada. Estaban nublados, perdidos en un recuerdo tan doloroso que podía sentirlo en el aire. La tensión que emanaba de él era tan palpable como la humedad. Sin pensarlo, extendí la