Un mes.
Treinta días respirando el mismo aire que Julián Xin. Treinta desayunos juntos, treinta cenas en el mismo comedor Treinta noches durmiendo a su lado, sintiendo el calor de su cuerpo a solo centímetros de distancia, escuchando el ritmo de su respiración. Treinta días en los que me he vuelto loca.
Mi rutina es simple, casi monótona. Me despierto antes que él a pesar de que me ha dicho que no era necesario. Preparo el café, fuerte, como le gusta. Barro, limpio, pulo cada superficie del penthouse hasta que brille. No me lo ha pedido. Al contrario, una vez me dijo que contrataba a una señora que venía dos veces por semana. Pero le dije que ya no era necesario, que yo podía hacerlo.
Es mi manera de pagar la deuda. Él decía que lo hacía sin la intención de recibir algo a cambio, pero yo me sentía rara solo recibiendo y no hacer algo por devolver el favor, aunque fuera poco lo que podía hacer para ayudarlo.
Esta casa, esta paz, esta seguridad… No puedo tomarla así como así. Dije