••Narra Miranda••

Las lagrimas nublaron mis ojos y el olor del costoso perfume de Julián me derribó. Sus palabras me parecían irreales, un sueño, una ilusión.

Sin decir nada, él me soltó solo lo suficiente para tomar mi mano y guiarme hacia la puerta. Sus dedos envolvieron los míos con una firmeza que no admitía discusión. Ni se me ocurrió soltarme. Caminamos así, en silencio, hasta su coche, un vehículo negro y lujoso que parecía un alienígena en aquella calle sucia.

—Tengo que recoger mis cosas —dije, casi en un susurro, liberándome de su agarre—. En el armario de los empleados. Es solo una mochila.

Asintió brevemente, soltándome la mano. Mis pies dudaron en regresar al lugar, pero sabía que tenía que hacerlo. Pasé las mesas hasta llegar al final del pasillo, donde se encontraba la oficina de Gerardo. Entré sin tocar y lo encontré haciendo lo de siempre: No trabajar.

Se encontraba viendo un partido de fútbol a todo volumen, concentrado. Hasta que me vio entrar.

—¿Y bien? ¿Lo