••Narra Frederick••
Los últimos meses habían transformado a Charlotte de algo que creía imposible. A sus ocho meses de embarazo, era una visión de redondeces suave y un delicioso olor a fertilidad que parecía irradiar de ella. Se sentía insegura, murmurando sobre su peso y su tamaño, pero para mí, era como observar el embarazo de una diosa griega. Cada curva, cada parte de su piel que besaba por las noches, era un testimonio del milagro que llevaba dentro, de nuestro hijo. Era, sin lugar a dudas, la mujer más hermosa que había visto jamás.
En la oficina, la tarde transcurría entre informes y llamadas. Pero mi mayor distracción, y mi mayor placer, estaba sentada en mis piernas. Charlotte, con su vestido de maternidad de algodón suave, tenía la cabeza apoyada en mi hombro, respirando suavemente en un sueño ligero. El peso de ella, el calor de su cuerpo contra el mío, era mi nuevo centro de gravedad. Podía pasar horas así, con ella dormida en mis brazos mientras yo trabajaba.
Desde el in