••Narra Frederick••
El vehículo avanzaba a toda velocidad por la carretera, devorando la oscuridad. El interior era un silencio tenso, roto solo por el rugido del motor y el crujir de mis nudillos al apretar los puños. Arturo conducía con una concentración letal, esquivando baches con destreza. Detrás, Julián escaneaba mapas en una tablet, su rostro iluminado por la pantalla era una máscara de seriedad absoluta. Willy miraba por la ventana, mudo de preocupación, y en el medio de ambos, Miranda se encogía en su asiento, pálida y temblando.
—Si esto es una trampa —dije, rompiendo el silencio y clavando la mirada en el reflejo de Miranda en el espejo retrovisor—. Juro que no vivirás para contarlo.
Ella se estremeció, encogiéndose aún más.
—No lo es—susurró, casi inaudible—. Sé lo que me harían si lo fuera. Debe estar en esa casa. Estoy segura.
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Veinte minutos después, llegamos. Una casa aislada, lúgubre, un lugar muy poco digno para un Can. Antes de que Miranda pudiera mov