El aire en la oficina de Frederick era espeso, cargado de la frustración de tres días enteros revolviendo papeles que parecían llevarnos a ninguna parte. El aroma a café era hipnótico, delicioso. Pero por mi hígado y mi bebé, había mantenido ese exquisito líquido lejos de mis labios.
Julián estaba en el sillón, revisaba una pila de archivo que no quería saber que contenían, ya de por si, me dolía la cabeza por mi propia pila de archivos. No sé en qué momento se me ocurrió ofrecerme como voluntaria para leer todos los movimientos bancarios de la empresa de mi padre, en busca de alguna firma mal hecha. Y por la forma en la que Willy se tocaba la frente, algo me decía que estaba en una posición parecida a la mía.
Miré a Arturo, quién estaba en el piso, refunfuñando mientras leía un archivo. Se notaba que lo suyo era la acción, no el trabajo administrativo.
A mi lado, Frederick estaba tenso como un arco, sus ojos recorriendo una vez más el mismo expediente por enésima vez.
Todos pa