Me acurruqué entre las sábanas del hospital, viendo la puerta fijamente, en espera de Frederick.
No entendía como Frederick pensaba ver a mi padre si la hora de visita terminó hace mucho, pero bueno, todo se puede esperar de Frederick Lancaster. No había puerta que no pudiera abrir y si ese era el caso, la derribaba.
La inquietud se alojaba en mi espalda, en mi mente y mi corazón. En estos momentos, los dos hombres más importantes de mi vida debían estar enfrentándose, discutiendo, repartiendo veneno. En especial mi padre, quién le guarda un gran rencor a Frederick.
Arturo se había acomodado en una incómoda silla junto a la puerta, con los ojos cerrados, pero yo sabía que no dormía; cada músculo de su cuerpo estaba alerta, como un león en reposo.
Estaba a punto de decirle que intentara descansar de verdad cuando la puerta se abrió suavemente.
«Frederick»
Eso pensé, pero me equivoqué. Mi doctora obstetra, asomó la cabeza con una sonrisa.
—Señora Lancaster, ¡perdón por molesta