••Narra Frederick••
La puerta de la habitación de hospital se abrió sin hacer ruido bajo mi mano. El interior estaba en penumbras, solo iluminado por la tenue luz del pasillo que se colaba por la rendija y el suave resplandor de la luna a través de la ventana.
Allí estaba ella. Charlotte. Dormida.
Respiraba con suavidad, sus labios rosados entreabiertos, un mechón de cabello rubio cayendo sobre su mejilla. Por un instante, todo lo demás; Charles, Klifor, el disco duro, la traición, se desvaneció. Solo existía ella. Y la frágil vida que crecía dentro de su vientre.
Ellos eran mi prioridad. Mi única verdad innegable.
Mis ojos se ajustaron a la oscuridad y entonces vi a Arturo. Sentado en una silla junto a la puerta, tan inmóvil que casi parecía parte del mobiliario. Sus ojos abiertos me miraron, serenos, en la penumbra.
—Aguantó lo más que pudo —murmuró, su voz un susurro áspero que no perturbó el silencio. Un bostezo silencioso escapó de sus labios—. Preguntando por usted, preocupada p