••Narra Charlotte••
Los minutos se arrastraban como horas en la habitación estéril del hospital. Frederick había salido como un torbellino, dejando a su paso su determinación y a Arturo como mi centinela personal. Estuvo unos minutos enviando mensajes por el celular. Supuse que era para Frederick, pero su gesto se veía más severo, así que algo me decía que eran órdenes para otras personas.
Me acomodé mejor en la cama, las sábanas cubriendo mi piel. Miré a Arturo, quien permanecía de pie junto a la puerta, imperturbable como una estatua.
—¿Sabes, Arturo? —dije, rompiendo el silencio con un tono que pretendía ser ligero—. Por un momento, pensé que me habían abandonado. Primero Frederick me deja en este hospital como si fuera guardería, tú no apareces por ningún lado… ¿Tan aburrida soy que ni mis guardaespaldas aguantan cinco minutos conmigo?
Arturo esbozó una sonrisa leve, casi imperceptible.
—Nunca aburrida, señora. Impredecible. Y por eso mismo, el jefe me ordenó quedarme. Para misio