El aire en la prisión olía a desinfectante barato, desesperanza y violencia contenida. El sudor y un cierto aroma ácido, se aferraban a mi nariz. No era hora de visitas, pero tampoco me importaba, ya que no planeaba sentarme detrás de un vidrio templado y agarrar uno de esos asquerosos teléfonos.
El director de la prisión, un hombre con ojos de reptil y palmas siempre extendidas, me recibió personalmente.
—Señor Lancaster, un placer. Como usted pidió, todo está arreglado. Puede ver al recluso Darclen en la enfermería. Discreción absoluta.
Asentí, deslizando un sobre grueso en su mano sin siquiera mirarlo. El dinero siempre hablaba más fuerte que los reglamentos en este lugar.
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Tenía un encuentro pendiente con el guardia que se encargaba de pasarme información sobre los movimientos de Klifor y que por alguna razón no me había notificado de las visitas de mi esposa. Lastimosamente, hoy estaba libre, pero después me encargaría de él.
La enfermería era una habita