La figura de Frederick en el marco de la puerta de la sala hizo que mi corazón diera un vuelco. Después de la tensión, el miedo y la incertidumbre, verlo allí, sólido y real, desató algo dentro de mí.
Sin pensarlo, me levanté del sillón y corrí hacia él.
Él se quedó inmóvil, sorprendido, cuando mis brazos se cerraron alrededor de su cuello en un abrazo apresurado y lleno de una emoción que no pude contener. Su cuerpo estaba tenso al principio, rígido por la sorpresa, pero después de un segundo de incredulidad, sus brazos me rodearon con una fuerza que casi me quitó el aire.
Me permití hundir la nariz en su pecho, olfateando aquel aroma que me encantaba tanto por una razón que aún desconocía.
—Gracias —susurré contra su pecho, mi voz ahogada por la tela de su camisa—. Gracias por creer lo suficiente como para investigar. Gracias por... por todo.
Sentí cómo su respiración se agitaba levemente. No era un abrazo común entre nosotros, no después de todo lo sucedido. Era un gesto de rendic