La gigantesca reja de la mansión se abrió de par en par, siendo recibido por ambos guardias de seguridad, quienes nos saludaban con cortesía.
Me estacioné frente a la entrada principal, el motor se apagó y por un momento, el silencio nos cubrió. Habían tantas cosas de las que debíamos hablar, que ahora, cuando era el momento oportuno porque estábamos solos, las palabras no salían.
Resoplé y preferí bajar y rodear el auto, abriéndole la puerta a Charlotte. Extendí la mano para ayudarla a bajar, un gesto automático de caballerosidad que ni siquiera pensé.
Ella tomó mi mano, pero en lugar de bajar, se quedó mirándome con una expresión extraña, casi de incredulidad. Parpadeó tantas veces seguidas, que estaba seguro que se había dado cuenta de algo.
—¿Qué? —pregunté, mi voz aún áspera por la discusión en el auto.
—Nada… Es solo que… —Tragó saliva. Sus ojos bajaron a mi mano que sostenía la suya—. Estoy muy sorprendida por tu forma de actuar después de haber descubierto todas mis mentiras