Entramos a la “humilde morada” de Charles. A pesar de estar en una zona rodeada de árboles, tierra, animales y cuerpos de aguas, nada en este lugar gritaba naturaleza. Era como si hubieran demolido una rustica cabaña para transformarla en este hueco de cerámica y tecnología. Al menos debieron pensar en mantener la madera, pero prefirieron destruirla por completo, arruinar la naturaleza en su totalidad.
Al entrar en el salón principal, el bullicio se detuvo. Los ojos de todos los invitados se posaron en nosotros y nuestros brazos unidos.
Sus gestos de sorpresas eran sublimes. No entendía por qué actuaban de esa manera si ya estaban al tanto de nuestro matrimonio, hasta lo anunciaron en la televisión.
Mantuve el mentón en alto mientras avanzábamos.
Odiaba tener que pasar por el proceso formal de saludar a los presentes. En especial, porque eran los mismos que me escupieron cuando papá cayó, los mismos que se burlaron de mí en el evento de máscaras mientras adulaban a la prometida fa