Los ojos me pesaban, sintiéndolos hinchados por tanto llorar, pero la cantidad de pasos tratando de ser silenciosos me sacaban de mi zona de tranquilidad, así que los abrí. Pude distinguir a varias figuras femeninas moviéndose rápidamente por la habitación. Dos sirvientas estaban colocando los zapatos de Frederick en un baúl de cuero, otra doblando su ropa.
Pero fue él quien captó toda mi atención.
Frederick estaba de pie frente al espejo del tocador, abotonando su camisa casual. Inclusive de espalda se veía divino.
Me incorporé sobre los codos, las sábanas cayendo a mi cintura.
—¿Te vas? —pregunté, la voz se me escuchaba rasposa por la falta de uso. Frederick giró lentamente, sus ojos azules encontrando los míos en el espejo antes de volverse por completo.
—Buenos días, princesa —dijo con calidez, más de lo usual.
Supe enseguida que ese tono cuidadoso se debía a la forma en la que me derrumbé anoche, ya que no tardó en analizar mi rostro con aquellos ojos calculadores, detallando h