••Narra Frederick••
Permanecí un instante en el pasillo alfombrado, la espalda apoyada en la fría madera de roble, dejando que una rara sensación de satisfacción se extendiera bajo mi esternón.
Charlotte. Mi esposa.
La misma mujer que hace unas pocas semanas atrás temblaba bajo mi mirada, acababa de negociar como un tiburón de Wall Street. Exigiendo libertades, recursos, espacios… Y hasta clemencia.
Bien jugado, en efecto. No solo había movido sus piezas; había redefinido el tablero. Esa osadía, esa chispa de acero que se negaba a doblegarse… Era exasperantemente admirable. Un orgullo inesperado calentaba mis venas. Había moldeado a esa fiera, y ahora desafiaba al domador.
Sin poder evitarlo, una leve sonrisa adornó mis labios.
—¿Estás sonriendo, Frederick? —La voz, afilada como navaja de obsidiana, cortó el silencio del pasillo.
Estaba tan concentrado en mis pensamientos, que no me había percatado que mi madre estaba apoyada en la ventana del pasillo, viéndome fijamente, con los