El corazón, que apenas había recuperado un ritmo normal tras el susto del ultrasonido y la confrontación con Frederick, volvió a galopar salvajemente en mi pecho al ver al doctor Bennett asomarse por la puerta.
¿Qué hacía él aquí?
El doctor Bennett era mi hepatólogo, el especialista que vigilaba los estragos que el estrés y la hepatitis autoinmune habían causado en mi hígado antes del embarazo. Su presencia en esta habitación de obstetricia, sin ser llamado, solo podía significar una cosa: malas noticias.
Aunque eso no tendría sentido, ya que me he sentido mejor estos días, siguiendo su tratamiento al pie de la letra.
—Doctor Bennett —Logré articular, mi voz un hilillo tembloroso. Mis dedos se aferraron inconscientemente al borde de la bata de hospital.
¿Habrá encontrado algo en los últimos análisis? ¿Habrá empeorado?
Frederick, que seguía a mi lado con la tensión palpable de nuestra discusión interrumpida, también giró la cabeza hacia el médico, su ceño fruncido ahora mezclando c