70
RYDER
El cuarto del hospital era demasiado blanco, demasiado limpio, como si el dolor no tuviera permiso de entrar allí, pero lo hacía igual, se colaba por cada rincón de mi pecho.
Estaba sin camisa, con uno de mis hijos desnudo encima para darle calor entre los brazos. Su respiración era tranquila, rítmica, como un suspiro constante. El calor de su pequeño cuerpo me hacía sentir vivo… y al mismo tiempo, me destrozaba.
Los otros tres dormían en sus incubadoras, perfectamente alineadas. Los revisaron, les hicieron todos los exámenes posibles, y gracias a la presión de Maverick y al helicóptero que llegó en minutos, ahora estaban estables. Estaban bien.
Excepto que ella no estaba.
—Están hermosos —murmuró Maverick detrás de mí, sin acercarse demasiado. Se había quedado conmigo desde que llegamos, sin despegarse, sin preguntar, sin dar explicaciones. Solo estaba ahí.
—Lo sé —respondí con la voz rasposa—. Son tan pequeños… tan indefensos.
El bebé en mis brazos se movió un poco, hizo u