68. Junta directiva
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Ryder
La casa estaba en silencio cuando crucé la puerta con mis hijos en brazos. Cuatro pequeñas vidas, tan frágiles y perfectas, arropadas en mantas suaves. Uno sollozaba con un quejido leve, otro dormía profundamente, los demás apenas se movían, emitiendo sonidos que me partían el alma.
Las niñeras ya me esperaban en la sala, mirándome con una mezcla de respeto y sorpresa. No era común ver a un lobo así, cargando con tanto amor a sus crías. No me importaba.
—Aquí tienes —le dije a una de ellas, entregándole al más pequeño—. Trátalo con cuidado, se acaba de dormir.
Subimos a la habitación que había dispuesta para ellos. Estaba a punto de colocar al siguiente bebé en su cuna cuando escuché la puerta abrirse con fuerza. Ese sonido me heló la sangre. Los tacones que golpearon el piso fueron una sentencia: mi madre.
—¿Qué hacen esos bastardos en tu casa, Ryder? ¡Saca esas abominaciones de tu vida! ¡Ya!
Me quedé quieto, con el pecho tenso. Le pasé el segundo bebé a la otra niñera con u