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Seraphina

Habían pasado cuatro años desde que renací como lo que ahora era: una cazadora. Mis días transcurrían entre entrenamientos, misiones y noches de insomnio con sueños que no comprendía. Aullidos. Susurros. Llanto de niños que no recordaba haber tenido. Pero lo dejaba atrás cada vez que salía al campo. Como ahora.

La luna llena iluminaba el claro del bosque con una luz sobrenatural. El grupo de lobos se movía entre los árboles, sus ojos brillaban con ese resplandor amarillo que tanto odiaba. Ellos eran el peligro. Ellos eran la amenaza.

—Divídanse. Eliminamos rápido y salimos de aquí —ordené por el comunicador, y mi equipo se dispersó.

Me había convertido en la general de mi división y tenía un equipo de 12 nefilim bajo mi mando.

Corrí entre los troncos hasta que lo vi.

Un lobo enorme. Mucho más grande que los demás. Su pelaje era negro como la brea, y sus ojos… Dios, sus ojos. No eran dorados. Eran grises, como el acero cubierto de niebla. Había algo en él que me hizo duda