57. El chamán
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Seraphina
El viaje fue largo, pero valió la pena. Al fin, a salvo. Cuando el yate atracó, Maverick me ayudó a bajar con esa sonrisa suya que parecía iluminar incluso las noches más oscuras. Sus ojos heterocromáticos brillaban bajo la luz de la luna, uno ámbar, el otro gris acero. Siempre me había gustado mirarlos.
Me condujo hasta un pequeño bungalow oculto entre la vegetación tropical, completamente equipado, decorado con toques rústicos y modernos a la vez. Me mostró cada rincón con entusiasmo, como si estuviera orgulloso de haber encontrado un lugar tan perfecto.
—Aquí tienes agua caliente, comida fresca, medicamentos, incluso libros raros que encontré sobre partos especiales... —decía mientras abría puertas, cajones, cortinas—. No tendrás que preocuparte por nada.
Lo escuché con atención, agradecida, aunque mis párpados pesaban más que nunca. El cansancio me caía encima como una ola. Mi cuerpo lo sentía. El embarazo avanzaba demasiado rápido. Mi barriga ya estaba redondeada, te