La mirada de Diego se clavó en ella con una frialdad incómoda. Estaba claro que le molestaba haber perdido rastro de Elsa esos días.
Ella apretó los labios. Luego, con una calma que apenas lograba sostener, pero con la frente en alto, le sostuvo la mirada.
—¿Y desde cuándo a un heredero como tú le importa lo que pase con una simple calentura?
La Elsa sumisa de siempre ya no estaba. Esa nueva actitud lo descolocó por completo. Algo dentro de él se revolvió, molesto. Sin pensarlo, la jaló con brusquedad, rodeándola con fuerza por la cintura.
—¿Calentura?
—¿Una vez en dos años y así lo defines?
Elsa no entendía por qué ese arrebato. Diego le sostuvo la barbilla, decidido a besarla sin más.
Pero justo en ese instante, una voz irrumpió detrás de ellos:
—Diego, por fin. Olga te está buscando.
Él frunció el ceño, soltó a Elsa con desgano y le respondió al mensajero con frialdad:
—Ya voy.
Entonces, Elsa, con una sonrisa cargada de ironía, soltó:
—¿Conoces a mi hermana?
—¿Conocerla? —intervino el amigo de Diego con una risita cínica— Lo de ellos va más en serio de lo que crees. Prepárate, Elsa... hoy te vas a llevar una buena sorpresa.
Cuando se alejaron, en los ojos de Elsa brilló una chispa distinta. Pensaban que la iban a destrozar delante de todos, que aún vivía engañada. Lo que no sabían es que ya no le quedaban ilusiones. Había tomado su decisión.
La cena seguía en marcha cuando, de pronto, las luces se apagaron. Un solo haz iluminó el escenario. Diego apareció del brazo de Olga, elegante, impecable, como si fueran portada de revista.
Carlos, inflado de orgullo, alzó la copa y pidió silencio.
—Hoy celebramos no solo el regreso de Olga desde el extranjero, sino también una noticia que nos llena de alegría —anunció con voz firme—. Las familias Ramos y Lima siempre han estado unidas, y hace años acordamos este compromiso. Ahora que el amor floreció entre ellos, fijamos la fecha de la fiesta para fin de mes. ¡Esperamos contar con todos ustedes ese día tan especial!
Los amigos de Diego se giraron hacia Elsa, expectantes, listos para ver el espectáculo.
Pero ella no rompió en llanto, no gritó, no huyó. Solo se quedó ahí, erguida, con el rostro sereno, como si nada de lo que pasaba en el escenario tuviera que ver con ella.
Diego frunció el ceño. En su cabeza, Elsa debía estar hecha pedazos. Pero verla así, tan distante, tan impasible, le dejó una sensación amarga, difícil de explicar.
Olga, siempre atenta, notó su tensión.
—¿Estás bien?
—Sí —respondió él, sin mirarla—. Me distraje un momento.
Pero, en el fondo, había algo que no lo dejaba tranquilo. Algo no cuadraba. ¿Cómo alguien que lo amó con tanta intensidad podía mostrarse tan serena? Esa calma no era natural, era una fachada.
***
Elsa fue al baño y se enjuagó el rostro con agua helada. Pero ni el frío lograba apagar el ardor que le quemaba por dentro. Sentía vergüenza, rabia… y una profunda decepción. Pensar en todo lo que alguna vez sintió por Diego ahora le parecía patético.
Claro que solo estuvieron juntos una vez en dos años. No fue respeto, fue indiferencia. Y lo que para ella significó su primera vez, para él no fue más que una herramienta para hundirla.
Al volver al salón, escuchó a Carlos llamarla desde lejos:
—Elsa, ven a saludar a tu cuñado.
Ella caminó con calma, la espalda recta, y al llegar frente a ellos, esbozó una sonrisa tan cortés como cortante:
—Hola, cuñado.
Diego se tensó de inmediato. Pero Olga, radiante y fingiendo dulzura, le tomó la mano con entusiasmo:
—Justo me enteré de que Diego forma parte del consejo en tu universidad. ¡Qué coincidencia! Si algún día tienes un problema, no dudes en acudir a él. Al final, somos familia, ¿no?
Elsa apretó los dientes. Cada palabra era un cuchillo.
—Tranquila. No pienso darle problemas a nadie.
No necesitó girarse para sentir los ojos de Diego clavados en su espalda, fríos como el metal.
Después de unos minutos de conversación superficial, Elsa estaba por marcharse cuando Olga se le acercó y la tomó del brazo:
—Hace siglos que no hablamos, ¿no? Vamos a ponernos al día.
Sin darle opción, la llevó hasta la sala de descanso. En cuanto cerró la puerta, la sonrisa desapareció. En su rostro apareció algo más oscuro, más venenoso.
—Así que te acostaste con Diego, ¿eh? Y encima dejaste que todos vieran el video. ¿En serio pensaste que con eso lo ibas a amarrar?
Cruzó los brazos, con la mirada llena de desprecio.
—Déjame explicarte algo, para que te quede claro. Diego nunca te quiso. Es más, te detesta. ¿Sabes quién regó lo de tu mamá? Yo. ¿Y sabes quién le pidió a Diego que se acercara a ti? También yo. Quería verte caer. Quería que te enamoraras, para que fuera él quien te rompiera en pedazos.