La luz tenue del salón privado apenas dibujaba las siluetas en penumbra. La joven, sentada sobre las piernas de Diego, apenas respiraba. Los nervios la tenían inmóvil.
Había escuchado rumores sobre él. Que alguna vez estuvo enamorado de Olga Lima, pero que después se obsesionó con su hermana menor, Elsa. Y que, sin saberse bien por qué, Olga había terminado fuera del mapa. Con una historia así, pensó la chica, Elsa debía ser una de esas mujeres capaces de enredarle la cabeza a cualquiera: peligrosa, irresistible, impredecible.
¿Cómo se explicaba, si no, que un hombre como Diego la hubiera elegido por encima de Olga? ¿Y que desde su desaparición no volviera a ser el mismo?
Diego no tenía idea de lo que ella pensaba. Alzó la mano, le tomó el mentón con dos dedos y la observó como quien examina una obra extraña: buscando algo, cualquier detalle que le dijera "es ella".
La joven, tragando saliva, le pasó los brazos por el cuello. Temblaba, pero no se echó atrás. Diego no se movió. Desde qu