Como de costumbre, Diego se inclinó hacia ella para abrocharle el cinturón. Al notar sus ojos enrojecidos, le habló con una calma casi tierna:
—Lo del video fue un accidente. Yo me voy a encargar de que desaparezca. Hoy no estás bien… mejor te llevo a casa para que descanses, ¿sí?
Elsa apretó los labios, sin responder. Las voces que había escuchado en la oficina seguían dándole vueltas en la cabeza. Y sin poder evitarlo, las lágrimas empezaron a correrle por las mejillas.
Diego guardó silencio por unos segundos, como si intentara entenderla. Luego le secó las lágrimas con la yema de los dedos, despacio. Pero de pronto, algo pareció cruzarle por la mente. Abrió la puerta del coche.
—Espérame aquí, no tardo. Voy a comprar algo rápido.
Apenas se cerró la puerta, Elsa notó que Diego había dejado su celular junto al apoyabrazos. Dudó por un momento... luego lo tomó. Tecleó la fecha de nacimiento de Olga. La pantalla se desbloqueó de inmediato.
El primer chat era con ella.
Elsa abrió la conversación. El último mensaje decía:
"¿Puedes terminar con ella antes de que yo regrese?"
Y la respuesta de Diego le dio un golpe directo al pecho: "Solo es un juguete. Nunca estuve con ella en serio."
El corazón de Elsa se encogió, pero no soltó el teléfono. Siguió leyendo.
Durante los dos años que Olga estuvo fuera, Diego la llamaba todos los días a las ocho de la noche. Justo a esa hora en la que él siempre decía estar en reunión, y le pedía a Elsa que no lo molestara.
También le mandaba grandes cantidades de dinero cada mes. Nunca dio explicaciones.
Olga sabía cómo engatusarlo. Le mandaba selfies pidiéndole cumplidos, y él le respondía con stickers tiernos, frases dulces, advertencias para que no saliera sin abrigo.
Todo eso que Elsa... nunca recibió.
Entonces lo entendió todo.
Jamás había conocido al verdadero Diego.
Todo fue una mentira bien armada.
Ella nunca fue especial. Nunca fue amada.
Diego regresó al auto con una caja en la mano.
—Toma —dijo, acariciándole el cabello con una ternura fingida—. Anoche fue muy rápido... por si acaso.
Era una caja de pastillas del día después.
Elsa la agarró con fuerza, clavando las uñas en el cartón.
Los labios le temblaban.
Si no hubiera leído esos mensajes… tal vez aún creería que él la cuidaba.
Pero ya no.
Cuando llegaron frente a su casa, Diego intentó besarla como siempre.
Elsa giró el rostro y se quitó el cinturón sin decir palabra.
Él frunció el ceño y la sujetó con firmeza por los hombros:
—¿Todavía estás molesta por el video?
—Yo no lo grabé, ¿sí? El gerente del hotel ya fue despedido —dijo, levantándole el mentón—. Elsa, jamás quise lastimarte. Se acerca nuestro aniversario... quiero compensarte.
Pero hay mentiras que, disfrazadas de cariño, duelen más que cualquier verdad.
Elsa sintió un nudo en la garganta. Se soltó despacio.
—Me voy a descansar.
Salió del auto y corrió hasta la casa sin mirar atrás.
Apenas cruzó la puerta, se topó de frente con su padre, Carlos.
Sin decir nada, él le soltó una bofetada seca, directa.
—¡De verdad que me decepcionaste! ¿No te basta con tener novio? ¿Tenías que salir grabada en esa porquería? ¡Me dejaste en ridículo!
Le arrojó un sobre a los pies.
Dentro, un pasaje de avión.
—Te conseguí vuelo para dentro de siete días. Quiero que te vayas. Y no vuelvas más.
Elsa recogió el boleto con manos temblorosas. Para ella no era un viaje, era una condena.
Y aun así, justo eso era lo que necesitaba ahora.
—Está bien. Me voy. Y como usted quiere... no voy a volver.
Carlos se quedó callado.
Recordó cuando, años atrás, le ofreció mandarla al extranjero con Olga. Elsa se negó.
Después entendió por qué: estaba enamorada. Enamorada al punto de entregarse por completo.
Pensó que esta vez también se aferraría, que lloraría, que suplicaría.
Pero no, lo aceptó sin pestañear.
Carlos tragó saliva y bajó un poco la voz:
—Olga regresa este fin de semana. Estoy organizando una cena para recibirla. Quiero que estés presente. El video ya se filtró... si no apareces, todos van a pensar que fue cierto.
Elsa asintió sin emociones.
—Entendido.
***
Pidió tres días de ausencia en la universidad.
Durante ese tiempo, empacó cada cosa que Diego le había regalado y lo puso todo en venta por internet.
Tres días después, Olga regresó.
Carlos organizó una recepción en el hotel más exclusivo de Ríoalto.
Estaba lleno de empresarios, políticos y figuras conocidas. Y, por supuesto, Diego también fue.
Elsa no esperaba verlo ahí.
Apenas lo reconoció entre la multitud, quiso marcharse de inmediato.
Pero él la alcanzó antes de que pudiera irse. Le sujetó la muñeca y la arrastró hacia un rincón más apartado.
La acorraló contra la pared, con ambos brazos apoyados a los lados, impidiéndole moverse.
Su voz sonó baja, casi ronca, y el aliento tibio le rozó la oreja:
—No fuiste a clases, no respondes mis mensajes... ni siquiera mencionaste nuestro aniversario.
—¿Tienes idea de lo preocupado que estuve?