Los fragmentos de metralla le dieron de lleno en la espalda. El impacto fue brutal, dejando heridas profundas que de inmediato empezaron a sangrar. Aun así, el hombre no se movió. Apenas soltó un gruñido contenido mientras apretaba los dientes con fuerza.
—Aquí no es seguro. Ven conmigo —murmuró con voz grave y entrecortada.
Antes de que Elsa pudiera reaccionar, él ya la había tomado con firmeza del brazo y la llevó de regreso al campamento.
Solo bajo la luz tenue de la tienda médica, Elsa pudo ver con claridad la gravedad de las heridas. La camisa empapada en sangre se pegaba a su espalda, y entre los cortes se alcanzaba a ver incluso parte del hueso.
—No te muevas. Tengo que limpiarte esto —dijo ella con firmeza, sin dudar.
Él no se opuso.
Elsa trabajó en silencio, con una concentración casi quirúrgica. Cortó la tela con cuidado, extrajo cada pedazo de metralla con pinzas, desinfectó las heridas y vendó la zona lo mejor que pudo. Ni un solo temblor en sus manos. Ni un solo error.
Fue