Elsa corrió junto al equipo hacia la zona del desastre, con los ojos buscando desesperadamente entre el humo, los escombros y los cuerpos. No supo cuánto tiempo llevaba así hasta que lo vio: un hombre tendido junto a una camioneta destrozada, a punto de ser subido a una camilla.
En ese instante, la máscara negra cayó al suelo, dejando al descubierto su rostro.
—No manches... ¡qué guapo! —soltó Lorena, sin pensar.
Elsa bajó la mirada, y al ver ese rostro, el aire se le atoró en la garganta.
Era Diego.
Como si hubiera sentido su presencia, él abrió los ojos de golpe. No dijo nada, solo extendió el brazo y le tomó la muñeca con fuerza, temblando pero firme.
—Elsa, no te vayas...
Lorena los miró con la boca abierta.
—¿Se conocen?
Elsa no respondió. Intentó soltarse, pero la mano de Diego no cedía. Era como si su piel la hubiera reconocido antes que su mente. Así, en silencio, con miradas que no sabían dónde posarse, volvieron juntos al campamento.
Elsa quería alejarse, pero Diego, terco co