Ariadna se deslizó fuera de la mansión de Elena Rostova justo cuando el amanecer pintaba el cielo de un gris enfermizo, el aire frío le quemaba los pulmones, pero era la adrenalina lo que la mantenía en pie, no había dormido, ni comido, y en su mente se libraba una batalla más feroz que la confrontación en la sala de juntas.
Tenía pruebas: las fotos del contrato de seguro de vida de Ethan, la carpeta que detallaba los planes de asesinato de Rostova, y, lo más doloroso, la certeza de que Marcus se había aliado con la asesina potencial de su propio hermano, usando el secreto de su hija, como moneda de cambio.
En el asiento del conductor de su coche, Ariadna examinó las fotos de los documentos de Rostova en su teléfono, la revelación más impactante era la nueva beneficiaria del seguro de vida de Ethan: una Fundación de Bienestar Infantil anónima, con Rostova como albacea.
Ethan no era un tonto, estaba preparándose para algo, pero ¿por qué Rostova? ¿Por qué mi hija?
La respuesta era obvia