La apuesta del destino

Jean Bernard no lograba dormir. Otra noche con los ojos abiertos, mirando el techo de su penthouse como si allí estuvieran las respuestas. Se levantó, se sirvió whisky y caminó por su estudio como león enjaulado.

El eco de la última vez que vio a Zendaya le apretaba el pecho.

—Tiene algo... algo que me llama y no me suelta. Debi despertar, pero dormi tan bien que parecia que estaba en el cielo, despues de tantas noches en vela.

Tomó su teléfono y, sin pensarlo demasiado, buscó entre sus contactos: Leonard.

Lo dudó. Respiró. Y marcó.

—Jean... —respondieron al tercer tono.

—Tenemos que hablar si estas en manhattan. Hoy. Esta noche. Donde sea. Pero no por teléfono.

Un silencio.

—Ya sabes por qué te llamo.

Leonard bufó al otro lado.

—¿La viste de casualidad?

—Si.

—Lo sospeché. Te veo en Mortello’s. En dos hora.

Mortello’s era un restaurante discreto pero elegante. Exclusivo. En la parte alta de Manhattan.

Jean llegó primero. Vestido con camisa negra y chaqueta de cuero. Se sentó en la mesa de la esquina, donde nadie los molestaría, ordenó un Bourbon.

Leonard llegó minutos después, impecable como siempre. Traje gris y mirada seria.

—Pensé que eras más de resolver las cosas con el puño —soltó Jean, medio sonriendo.

—Y yo pensé que eras más de escribir canciones cursis y hacer que las mujeres lloren. —Leonard se sentó sin quitarle la mirada.

El silencio cayó por unos segundos.

—La viste, ¿cierto? —dijo Jean finalmente sin quitarse la mascarilla no queria que los fanaticos se dieran cuenta de su presencia.

Leonard asintió.

—En el jet, cuando iba a casa de mi madre. No lo esperaba. Fue... brutal. Como si todo lo que sentí de niño reviviera de golpe.

Jean tomó un sorbo de su trago.

—Yo la vi en un concierto, hace semanas. Nos reconocimos de inmediato. Terminamos celebrando. No fue planeado.

Ambos guardaron silencio otra vez. Ambos sabían que se estaban censurando. Ninguno dijo más. Ninguno mencionó caricias. Ninguno mencionó gemidos ni contacto de piel contra piel.

—La pregunta es... ¿qué hacemos ahora? —preguntó Leonard, directo.

Jean dejó su copa en la mesa.

—Vamos a ser claros. Yo la amo no por ser el mayor de los dos. Desde que teníamos once años y ella diez. Y si la vi ahora y todo ardió como antes, es porque esto no murió nunca.

Leonard sonrió de lado, con una ceja en alto.

—Entonces estamos en la misma página, solo eres mayor por un mes. Porque yo también, la amo. Nunca dejé de pensar en ella. La busqué. Fui a su antigua casa hace cinco años. Ya se había ido.

Jean entrecerró los ojos.

—Parece que nunca nos alejamos tanto como creíamos, leoncito.

Leonard cruzó los brazos.

—Entonces lo diremos sin rodeos, geminiano: los dos vamos a luchar por ella.

—Con respeto —aclaró Jean.

—Obvio. Sin juegos sucios. Sin presión. Solo ella puede elegir.

Jean levantó su copa.

—Hagamos una apuesta.

Leonard arqueó una ceja.

—¿Apuesta?

—El que ella elija, se queda. El otro se echa a un lado. Sin drama. Sin orgullo. Y sin volver a molestarla. Y no se permite romper la relacion de amigos, sabes que ella se sentira mal si nos enemistamos.

Leonard lo pensó un segundo. Luego extendió la mano.

—Hecho.

Se estrecharon las manos.

En ese instante, el teléfono de Leonard vibró. Lo sacó. Miró la pantalla. Y frunció el ceño.

Jean lo notó.

—¿Pasa algo?

Leonard giró el celular y se lo mostró con una sonrrisa como triunfante:

"Necesito verte. Debemos hablar. – Zendaya"

Jean soltó una carcajada, incrédulo.

—No puede ser. —Abrió su propio celular, desbloqueó, se sorprende al ver un mensaje de ella y mostró:

"Necesito verte. Debemos hablar. – Zendaya"

Ambos se miraron.

—¿Ella nos escribió lo mismo a los dos? —dijo Leonard.

Jean se pasó la mano por la cara, riendo con ironía.

—Esto ya no es una novela. Es un maldito triángulo de guerra.

Leonard no sonrió. Solo se puso de pie.

—¿Vamos a llamarla o solo le pedimos su direcion?

Jean asintió. El corazón le latía con fuerza.

—Pero que sea esta noche. Llamemosla.

La apuesta estaba hecha.

Pero ninguno de los dos sabía que no se trataba solo de amor.

Zendaya llevaba algo de ambos.

Y la verdad estaba a punto de estallar.

 

Zendaya llegó al restaurante antes de la hora acordada. Se sentó en una mesa discreta, al fondo, con vista a la calle iluminada de Manhattan. Tenía el corazón acelerado, las manos sudorosas y la mente nublada. No había dormido en toda la noche.

Pidió un té de manzanilla mientras revisaba su celular por enésima vez. Sabía que su decisión cambiaría su vida para siempre.

—Tranquila, respira… —se dijo a sí misma, cerrando los ojos.

No pasaron ni diez minutos cuando vio entrar a Leonard con su porte imponente, traje negro impecable y el cabello peinado hacia atrás. Su aroma Alfa llenó el ambiente y su pecho se apretó de inmediato.

—Zendaya… —murmuró, mirándola con ternura y un brillo posesivo en los ojos.

Ella abrió la boca para saludar, pero antes de que pudiera responder, la puerta se abrió de nuevo. Jean Bernard entró, casual, con jeans oscuros y chaqueta de cuero negra, su cabello peinado hacia un lado y mascarilla puesta. Se la quitó al verla y sonrió.

—Hola, pequeña luna —dijo suavemente.

Ambos hombres se miraron, con un asentimiento silencioso y calculado, antes de sentarse uno a cada lado de ella.

Zendaya tragó saliva y los miró a los dos. Se sentía tan pequeña entre esos dos lobos Alfa.

—Gracias por venir… yo… tengo algo importante que decirles —dijo, con voz temblorosa.

Jean levantó una mano para detenerla.

—Antes de que hables, amor… —dijo él con suavidad, y luego miró a Leonard, quien asintió—. Queremos que sepas algo.

—Te amamos —continuó Leonard, su voz grave vibrando en sus oídos—. Los dos. Desde la primaria. Nunca dejamos de amarte.

—Te amo, Zendaya —dijo Jean, mirándola con esos ojos azules llenos de deseo y amor puro—. No es de ahora. Es de siempre. Desde que compartíamos dulces en la hora de almuerzo.

Ella se quedó en shock. Sentía su pecho pesado y su garganta cerrada. No podía respirar bien.

—Yo… no puedo… no quiero lastimar a ninguno… —susurró con lágrimas en los ojos. Se levantó bruscamente, empujando la silla.

—¿A dónde vas? —preguntó Leonard, su tono más Alfa y posesivo.

—No me siento bien… —murmuró ella, tambaleándose. De repente, un calor recorrió su espalda baja, y un escalofrío le subió hasta la nuca. Todo olía fuerte. Intenso. Era… feromonas Alfa puras.

Ambos hombres se pusieron de pie, alertas. Jean la sostuvo del brazo.

—¿Zendaya, qué pasa? ¿Estás bien?

Ella empezó a temblar. Su respiración se aceleraba.

—Es… es un choque de feromonas… necesito… necesito… —cerró los ojos con fuerza, el sudor empapando su frente.

Leonard sacó su celular.

—Voy a llamar a emergencias.

—¡No! —gimió ella, apenas audible—. Estoy… embarazada…

Ambos hombres se quedaron en shock.

—¿Qué… qué dijiste? —preguntó Jean, con la voz rota.

Zendaya lloró en silencio.

—No sé… no sé de cuál de los dos es… no sé cómo pasó… yo… soy virgen… —su voz era un hilo de vergüenza y desesperación.

Leonard y Jean se miraron, estupefactos, el corazón martillándoles el pecho.

—¿Cómo…? —susurró Leonard, con la frente fruncida—. Eso es… imposible.

—No… no lo es… —dijo ella, cayendo de rodillas, su cuerpo en crisis. La mezcla de feromonas la estaba sofocando.

Sin dudarlo, Leonard la cargó entre sus brazos mientras Jean abría camino entre los clientes del restaurante, que los miraban con curiosidad y murmullos.

—Tranquila, pequeña luna —le susurró Jean, acariciándole el cabello mientras salían.


En el hospital, un doctor lobo de bata blanca y gafas rectangulares la revisaba con profesionalidad. Leonard y Jean no se separaron de su lado.

—Señorita Madews… ya veo su historial —dijo, revisando los resultados—. Como Luna, sus feromonas pueden haber generado una absorción genética excepcional. A veces ocurre si la exposición a fluidos Alfa es prolongada durante celo activo.

—Pero… ¿cómo? —preguntó Jean, con la voz tensa.

—Aún no podemos saber quién es el padre hasta que nazcan las crias de lobos. Ambos Alfas pudieron dejar su carga genética y fecundarla al mismo tiempo dentro de las 24 horas, generando gemelos de diferente padre o hasta una camada grande, dependera de cuantos ovulos fueron liberados en su celo.

Zendaya los miró con lágrimas en los ojos.

—Lo siento… yo no quería… no planeé esto…

Leonard le tomó la mano y la besó.

—No tienes nada de qué disculparte. No estás sola. Nosotros somos los unicos culpables.

Jean acarició su mejilla, con el corazón rebosando de amor y miedo.

—No importa cómo pasó… solo importa que estés bien. Seremos responsables de ti.

En ese momento, Zendaya supo que su vida jamás volvería a ser la misma.

Y tal vez, la diosa luna tenía un plan más grande para ellos tres.

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