Terminó rápido, estremeciéndose mientras soltaba un gemido gutural y su semilla manchaba su vientre. Se limpió con una toallita humeda que sacó del cajon al lado de la cama y se quedó un momento respirando, tratando de calmar su corazón acelerado.
El lobo regresó a la mesa como si nada hubiera pasado. Zendaya sonreía mientras comía feliz, ajena al caos hormonal que su sola presencia provocaba en ambos licantropos.
Así transcurrieron los días. Ellos la acompañaban a las citas, la mimaban, daban masajes en sus pies, le compraban vitaminas y se turnaban para olerla cuando sus feromonas la hacían temblar.
Llegó el lunes. La semana pasó volando. Zendaya se levantó temprano, vistió su uniforme de asistente de vuelo y arregló su cabello en una coleta alta. Salió al salón donde ambos Alfas tomaban café en silencio cada uno en sus asuntos.
—Me voy a trabajar —dijo con una sonrisa.
—Te acompaño.
—No es necesario.
Jean se levantó impulsivamente, la tomó de la cintura y la besó en los labios, sua