Rubén mantenía los ojos ligeramente cerrados, como si estuviera agotado. Francisco permaneció inmóvil, sintiendo una extraña agitación en el pecho.
“¿Acaso pasó la noche entera aquí?”, se preguntó con un hilo de voz.
Caminó hacia él con cierta vacilación. Rubén, que lo vio venir, le dedicó una sonrisa tan inesperada y deslumbrante como una flor que se abre en plena noche. El gesto lo dejó confundido y no supo qué decir.
—Te dije que vendría por ti.
Su tono era tan casual que su presencia no parecía sorprenderle en lo más mínimo.
—Oye… ¿te quedaste aquí toda la noche? —preguntó Francisco, con la voz temblorosa.
Al ver su reacción, Rubén sonrió con genuina diversión; ese diseñador se conmovía con una facilidad increíble. Abrió la puerta del carro, mostrando una sonrisa de anuncio de pasta dental.
—Súbete, te invito a desayunar.
—¿Por qué? —cuestionó con suavidad, retrocediendo un paso para alejarse del imponente vehículo.
—¿Cómo que por qué? Quedamos en algo, ¿no? Solo cumplo mi palabra