Lo despertó una pesadilla. Efraín se incorporó de golpe en la cama, con la frente perlada de sudor. La imagen de Claudia, cubierta de sangre y con una sonrisa desoladora, se negaba a desaparecer de su mente. No entendía por qué había soñado algo así. Respiró hondo y soltó el aire lentamente, repitiendo el gesto varias veces hasta que su corazón recuperó un ritmo más tranquilo.
Recordó la pregunta que ella le había hecho la noche anterior y la confusión regresó. Todavía no entendía por qué había tocado ese tema.
—Efraín… ¿todavía me amas?
Antes, habría respondido que sí sin dudarlo. Pero anoche, aunque la palabra se formó en su mente, no pudo salir de sus labios. Titubeó. Amor... ¿o ya no? Y si todavía era amor, ¿cuánto quedaba? No lo sabía. Sabía que le tenía un gran cariño, que no quería verla sufrir en ninguna circunstancia. Pero ¿y Bianca? Ella era su esposa. Por ella también estaba sintiendo algo. Comprendía perfectamente que Bianca se había vuelto muy importante para él.
Anoche,