—Es muy bonito —dijo Leo, sinceramente.
—Gracias. Siéntate donde quieras. ¿Quieres algo de beber?
—Agua, por favor. Gracias. —Leo recorrió la habitación con la mirada y se sentó en un sofá blanco con cojines de tela color beige.
—¿Tienes hambre ya? Estás en tu casa, ponte cómodo. —De vuelta en su hogar, Francisco ya no era tan distante. Parecía mucho más relajado.
—Gracias, por ahora estoy bien. Podemos empezar a preparar la cena en un rato. Por cierto, ¿sabes cocinar? —Leo sacó la lengua—. Yo no sé hacer ni un huevo.
—Estudié en Francia, así que aprendí a cocinar por mi cuenta. No se me da mal. —Le ofreció un vaso de agua.
—¡Qué increíble! Oye, de repente me doy cuenta de que vivir en un lugar pequeño también puede ser muy cómodo. —Leo bebió un poco de agua, la dejó en la mesa y se recostó en el sofá, estirando los brazos con un suspiro de satisfacción.
—Pero quizás no es para ti. Tú estás destinado a vivir en un castillo —bromeó Francisco.
—¿Yo? ¿Acaso soy una princesa? —dijo Leo, se