Sentada en el asiento del copiloto, al lado de Efraín, Bianca se sentía extraña. La sensación de ir a esa casa parecía un recuerdo lejano. Si no fuera por la presencia de él, casi podría creer que nunca se había casado.
—Lo siento. Has pasado por mucho. —La voz grave de Efraín rompió el silencio.
—No es nada. Son mis asuntos familiares. —Su tono fue tan indiferente que sonó como si él no tuviera nada que ver.
Esa indiferencia lo molestó profundamente.
—¿Así que a esto hemos llegado?
—Nunca llegamos a ninguna parte.
—¡Bianca! —Apretó el volante con fuerza, sintiendo que ella se alejaba sin remedio.
Ella suspiró, y su voz se suavizó un poco.
—Efraín, sé que quizás te sientes culpable, que crees que me debes una disculpa. Pero no es necesario. Admito que hubo un tiempo en que de verdad quería que estuvieras a mi lado, que cuidáramos el uno del otro. Pero ya lo superé. Sin ti, sigo de pie. Así que creo que ya no te necesito.
El carro frenó en seco. Efraín se giró, y por un instante, el pá