Francisco estaba de pie junto a la cama, observando a la mujer que yacía allí. Tenía el pelo revuelto sobre la almohada, la cara pálida y demacrada, una lágrima le resbalaba por la sien. Le secó la lágrima con la yema del dedo y suspiró.
Se había enterado de la noticia por la televisión. Inmediatamente, llamó a Efraín, pero su celular estaba apagado. Llamó a su oficina y le dijeron que se había ido a Chiapas. Consiguió el número de Bianca y, al marcar, le contestó un médico llamado Raúl Anaya, quien le informó que ella se había desmayado y estaba ingresada en el hospital. Corrió para verla.
—Papi… —murmuró Bianca, abriendo los ojos. Tenía las pestañas húmedas. Vio una cara familiar, llena de preocupación. Era él, Francis—. Bianca, ¿cómo te sientes? Te torciste el tobillo, el doctor ya te lo vendó.
—Mi papá, ¿cómo está mi papá? —preguntó, poniéndose de pie y buscando sus zapatos.
—La operación fue un éxito, pero necesita estar en observación. El doctor dijo que la lesión en la cabeza e