Ese día, Francisco no se fue. Llamó a su asistente, le dio un par de instrucciones y le dijo a Sara que se fuera a casa a descansar, que él se quedaría con Bianca en el hospital. Volvió a intentar llamar a Efraín, pero su celular seguía apagado. Se molestó. «Fray, ¿dónde demonios estás? ¿No te has enterado de nada?».
—Bianca, descansa un poco. —Le ofreció un vaso de leche caliente.
Ella lo aceptó con una sonrisa de gratitud.
—Francis, ¿estás seguro de que no tienes que irte? Yo estoy bien. —Bebió un sorbo. La leche tibia le reconfortó el estómago. Se giró para mirarlo, apenada por haberlo hecho quedarse.
—No te preocupes, ya lo arreglé todo. La que no ha descansado nada eres tú. Con esas ojeras, vas a parecer un panda —bromeó, haciéndole una mueca.
Bianca rio. La ternura en los ojos de Francisco le provocó una sensación de bienestar. Bajó la vista, sonrojada, y se quedó mirando el suelo.
El silencio se instaló entre ellos, y la atmósfera se volvió extrañamente íntima. Francisco no sab