Alfredo llegó a la playa con algo de retraso. Desde lejos, vio a Leo en traje de baño, de pie junto a la orilla, ya rodeado por un grupo de mujeres; algunas de apariencia seductora y otras más bien dulces e inocentes. Al verlo ahí, tan cómodo y sonriente entre ellas, Alfredo sintió un nudo de fastidio en el estómago. Definitivamente, había elegido el peor lugar para encontrarse. Cuando Leo lo vio, le dedicó una sonrisa de superioridad que a Alfredo le pareció insoportable.
—Vaya, y yo preocupado porque llegué tarde y te fueras a aburrir. Pero ya veo que te las arreglas muy bien.
—Ay, por favor. La belleza se aprecia, ¿no? No tiene nada de malo hacer amigas. Además, ¿a ti qué te importa si me gustan o no? ¿Qué esperabas, que estuviera aquí mirando el horizonte, esperando tu llegada? No te creas tan importante.
Leo arqueó una ceja y lo miró con aire burlón.
—Y por cierto, ¿qué hacemos en un lugar como este? La playa es para venir con amigos o con tu pareja, y tú y yo no somos ninguna de