—Qué nublado amaneció. Pero vi el pronóstico y dijeron que no llovería. De todos modos, hay que llevarnos una sombrilla, por si las dudas —dijo Ofelia.
—Claro que sí, mamá —respondió Valeria.
—Esto es muy importante antes de la boda, ¿sabes? —continuó Ofelia—. Dicen que la chamana de ese lugar es muy acertada. Podemos ver qué les depara el futuro a ti y a Rubén, y pedir que sean muy felices.
—Entendido. Ya vámonos, mamá.
—Cuídense mucho. Yo me voy a la oficina —dijo Rubén desde la puerta.
—Sí, hijo, vete tranquilo.
Un chofer las llevó. Valeria contemplaba el cielo encapotado a través de la ventanilla, sintiéndose a gusto. Ella prefería los días nublados; era como si solo entonces su alma encontrara la calma.
—Vale, ¿en qué tanto piensas? —preguntó Ofelia—. El otro día le pregunté a Leo y me dijo que tu vestido de novia ya casi está listo. Le llamó a tu diseñador, pero parece que el pobre estaba tan ocupado que apenas y pudo decirle que ya faltaba poco antes de colgar.
Valeria sonrió.