—¿En serio quieres comer aquí? —preguntó Leo, incrédulo. No podía ser, ese lugar era una heladería cursi a la que solo iban parejas adolescentes. Aunque también vendían hamburguesas, él detestaba esa clase de porquerías.
—Sí, ¿qué tiene? Siempre quise venir a un lugar así —respondió Alfredo con una sonrisa—. Pero nunca se me había dado la oportunidad, y venir solo me daba un poco de pena. Por eso te traje a ti, para que lo vivieras conmigo.
—A ver, ¿no te parece rarísimo? —protestó Leo—. Dos tipos de negocios, hechos y derechos sentados en una tienda toda rosa, viéndonos las caras mientras comemos helado. ¿Estás bien de la cabeza? Yo no voy a comer aquí. Tengo hambre de verdad, no quiero una simple hamburguesa.
—Ya siéntate —dijo Alfredo, claramente molesto. Se inclinó hacia él y bajó la voz con aire de misterio—. A ver, sé que te gustan los hombres. A mí, que soy heterosexual, no me incomoda para nada estar aquí, ¿a ti por qué sí?
Leo puso los ojos en blanco.
—Es que el que está sent