—Vale, ¿qué haces aquí en la oficina? —preguntó Leo con curiosidad al ver a Valeria con una sudadera blanca y unos jeans azules.
Se veía como la jovencita que era. Al notar que se sonrojaba, añadió con una sonrisa pícara:
—Ah, ya sé. Viniste a buscar a tu adorado Rubén, ¿verdad?
—Ay, Leo, no te burles de mí.
—Lástima, pero me temo que tu adorado Rubén no está en la oficina. Se fue a una junta muy importante.
Leo se encogió de hombros. Pensó en Rubén y en cómo se había volcado en el trabajo desde que decidió casarse. Ni siquiera quería hablar de los preparativos de la boda; cuando intentó sacar el tema, él solo le había contestado: “Haz lo que quieras, estoy ocupado”.
“¿Quién se supone que se casa aquí?”, pensó Leo con fastidio, pero no pudo evitar preocuparse. “¿De verdad va a aguantar este ritmo?”.
—Leo… ¿Leo?
—Ah, perdón, Vale. Me distraje un momento —dijo, dedicándole una sonrisa de disculpa.
—¿Pasa algo? Es que pusiste una cara de preocupación —preguntó ella con interés—. ¿Es por