Hespéride se mantenía firme en la ciudadela, cumpliendo con cada deber que la gente le pedía. Atendía heridos, cuidaba a las madres que iban a dar a luz, calmaba a los niños que lloraban por padres que jamás volverían del frente. Su semblante, siempre sereno y enigmático, le daba a los demás la sensación de que todo estaba bajo control. Pero por dentro, el vacío que había dejado Horus crecía día con día.
En más de tres mil años jamás había sentido algo similar. Siempre había dominado sus emociones, siempre había sabido mantener distancia, incluso con aquellos a los que había servido en otras épocas. Pero ese joven príncipe era distinto: la había buscado, la había reclamado como suya en la intimidad, y cada noche en la que compartían lecho, su piel fría y sus labios helados le recordaban que ya no podía vivir sin su cercanía. Ahora, sola en la ciudadela, el recuerdo era un fuego lento que consumía su calma.
Lady Neryanne Halvor, mujer de carácter fuerte y mirada analítica, fue quien má