La consolidación de los reinos liberados no fue una tarea inmediata. La guerra había dejado cicatrices profundas: campos arrasados, familias separadas, cosechas destruidas y ciudades que eran apenas sombras de lo que alguna vez fueron. Pero bajo el estandarte de La Resistencia, cada uno de esos lugares comenzó a despertar de su letargo.
Némesis, aun bajo su máscara, no solo era un guerrero; era el eje sobre el cual todos los pueblos empezaban a girar. En Thalyra, la capital liberada, se establecieron consejos donde representantes de los reinos discutían sobre rutas de comercio, intercambio de alimentos y estrategias militares. Las viejas rivalidades entre clanes y naciones, aunque seguían latentes, eran sofocadas por una realidad incuestionable: el imperio seguía allí afuera, esperando el momento para devorarlos de nuevo.
Los campesinos de Orvanyr compartieron sus excedentes de grano con los mineros de Gravenhold, que a su vez forjaban armas con el hierro rescatado de las minas libera