El camino hasta la cabaña no fue largo, pero Amaris no dijo una palabra. Iba caminando al lado de Ralf, observando los edificios a su alrededor, a los niños jugando, a los vendedores, a todos. Se notaban contentos, tranquilos. Muy diferente a como ella se sentía.
Ralf caminaba con las manos en los bolsillos como si no tuviera ninguna responsabilidad en el mundo.
–Es una buena zona –comentó de pronto, señalando con la barbilla–. No está tan lejos de la casa del alfa, pero tampoco tan cerca.
Amaris no respondió.
–La cabaña es pequeña, pero privada –siguió hablando.
–No necesito privacidad –murmuró ella–. Solo espacio para respirar.
Ralf asintió, y unos pasos después, se detuvo frente a una pequeña construcción de madera rodeada de árboles frutales. Era sencilla, pero no descuidada. Una chimenea de piedra, techo de tejas, ventanas cuadradas con cortinas limpias. Incluso había un banco de madera bajo el alero.
–Aquí es.
Amaris dió un paso al frente y se detuvo en la entrada. Ella giró lentamente el picaporte y entró.
El interior era modesto, pero cálido. Una pequeña sala con una estufa de leña, una mesa con dos sillas, una cama de madera cubierta de mantas limpias. Una repisa con frascos vacíos. Una pequeña estantería. Luz natural entraba por las ventanas, y aunque todo olía a madera vieja y polvo… olía a hogar. Amaris no pudo evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas.
–Dejaron algo de comida en la despensa. Suficiente para un par de días. Y la cocina funciona. –Dijo Ralf, apoyado contra el marco de la puerta.
Amaris recorrió la cabaña con la mirada y se detuvo frente a la ventana. Desde allí podía ver, a lo lejos, el techo de la casa de la manada entre los árboles.
–¿Y si me escapo por la noche? –preguntó, sin mirar a Ralf.
–Entonces harías justo lo que Elliot espera. Y le darías motivos para no volver a confiar en ti y de paso te pondría en una nueva habitación… una que tenga barrotes.
Amaris permaneció en silencio.
–Mañana a primera hora –dijo él, empujándose del marco–. Te vendré a buscar.
Y con eso la dejó sola.
Amaris cerró la puerta tras él, respiró hondo… y dejó que el silencio la envolviera. Por primera vez en mucho tiempo, estaba sola.
Pero no segura.
Y mañana, entraría a la boca del lobo.
.
Ralf la dejó frente a la puerta con una sonrisa burlona y un “suerte con el lobo”, antes de desaparecer pasillo abajo. Amaris respiró hondo, alisó la tela de su blusa prestada y llamó dos veces.
–Adelante –dijo una voz al otro lado.
Entró con paso firme.
La oficina del alfa era más sobria de lo que Amaris imaginó. Paredes de madera oscura, una gran estantería con libros gastados, un escritorio que parecía tallado por generaciones pasadas y la presencia inevitable de Elliot Velásquez detrás de él, como si fuera parte del mobiliario: firme, resto, con los brazos cruzados sobre el pecho y los ojos clavados en ella desde el momento en que entró.
–Puntual –murmuró él sin un atisbo de sonrisa–. Bien. Eso habla bien de ti.
–O solo quiero causar buena impresión. –Replicó Amaris, que aunque no lo quisiera igual se sentía nerviosa en presencia del Alfa Elliot.
Elliot no respondió. Hizo un gesto hacia la silla frente al escritorio. Amaris se sentó, espalda recta, ojos curiosos. Él abrió una carpeta y hojeó unos papeles con deliberada lentitud.
–Te daré tareas simples –dijo finalmente–. Lectura y clasificación de reportes de patrullas antiguas. Ningún dato reciente. Nada confidencial. Solo trabajo muerto.
–¿Temes que se me escape algo entre los dedos? –preguntó ella, ladeando la cabeza.
–Temo que sepas más de lo que dices saber –respondió él sin titubear.
Ella no se movió. El rostro de Elliot seguía sereno, pero sus ojos… ellos hablaban otro idioma. Y la frase “no confío en ti” estaba super clara.
–¿Algo más? –preguntó ella.
–Sí. Hay reglas. No tienes permitido rondar los límites sin autorización. No puedes hacer preguntas sobre miembros de la manada. No puedes acercarte a Silvana.
Amaris alzó una ceja, fingiendo sorpresa.
¿y por qué pensaría alguien que quiero acercarme a tu esposa?
Elliot no respondió. Simplemente la observó. Y ese silencio pesaba más que cualquier amenaza.
–Como digas –murmuró ella.
–Ok. Tú primera tarea: sírveme café –le dijo mientras apuntaba un mueble bajo al lado de la ventana que tenía una cafetera. Él tomó un reporte del montón que tenía para empezar a revisarlos.
Amaris ya creía que ese sería su principal trabajo en esa oficina. Sería la chica del café.
Quizás fue el borde de la alfombra. Quizás su propio nerviosismo. Pero en un instante maldito la taza ya no estaba en sus manos y si sobre los informes.
Amaris retrocedió instintivamente.
–¡Mierda! Lo siento, fue un accidente.
Elliot se puso de pie de golpe, sus ojos más oscuros que nunca.
–¿Un accidente? –gruñó–. ¿Sabes cuántos reportes acabas de arruinar?
–No fue a propósito –replicó ella, pero en cuanto lo vio avanzar hacia ella automáticamente sus brazos se levantaron tratando de protegerse del golpe.
Solo que este no llegó.
–¡No te iba a golpear! –Elliot tenía los ojos abiertos, sorprendido.
–Lo siento… no se que me pasó. –Amaris no sabía qué decirle.
–¿Te golpeaban?
–No… no lo sé. –Amaris tenía que cortar esa conversación. No podía dejar que Elliot siguiera con las preguntas–. Voy a secar. –Buscó servilletas para limpiar el escritorio y tratar de salvar los reportes.
Elliot la miraba. De ella no iba a sacar respuestas. Mejor era dejar ese dato solo en su memoria y hacer como si nunca la hubiese visto tratar de protegerse para un posible golpe.
–Deja eso y ve a buscar a Ralf. Tengo que hablar con él.
Ella detuvo lo que hacía y no dijo nada. Solo asintió con la cabeza, sin girarse y salió de la oficina.
Caminó por el pasillo sin rumbo, con el eco de la voz de Elliot resonando en su cabeza. “¿Te golpeaban?” Si él supiera…
Estaba por girar hacia la salida cuando una figura se cruzó en su camino.
–¿Ya empezaron a volar cosas? –preguntó Ralf con una ceja alzada y esa sonrisa que siempre parecía estar a punto de reírse de todo.
Amaris solo lo miró, sin decir palabra.
–Tu cara. Te notas disgustada. ¿Qué pasó? ¿Lo mordiste?
Amaris en realidad estaba enojada consigo misma por no poder controlar su reacción. Así solo consiguió que Elliot tuviera una idea de lo que pasaba con ella.
–Derramé café –dijo, sin más.
–¿Solo eso?
–Encima de sus papeles.
Ralf chiflo entre dientes.
–Uf. Peor que morderlo.
Amaris apretó los labios, pero antes de decir algo más la puerta de la oficina se abrió de golpe.
Elliot apareció en el umbral. Aún se veía entre molesto y contrariado, pero estaba decidido.
–Ralf –dijo–, acompañala a la sala del fondo. Que empiece ahí con los archivos antiguos. Quiero saber si es tan inútil como parece… o si solo son los nervios del primer día. Luego vuelve a mi oficina. Necesito hablar contigo.
Y sin más, se giró y volvió a entrar, cerrando la puerta tras de sí con firmeza.
Amaris soltó un suspiro entre dientes.
–Vamos chica misteriosa. Te tocó la sala del polvo.
–¿No es que necesitabas mi nombre para no decirme así?
–Naa… ya quedaste con ese apodo.
La sala de archivo, era un cuarto oscuro, lleno de polvo que en cuanto Amaris lo vio, lo odió. Estaban todos los informes en cajas, puestos por todo el lugar sin un orden. Ordenar ese lugar iba a tomar tiempo. Mucho tiempo. Se arremangó su blusa y empezó con su tarea titanica. La mayoría de los archivos eran tediosos. Informes de rutina, horarios de patrullaje, rotaciones de guardia… solo que las fechas estaban revueltas y eso era lo que tenia que ir arreglando. Amaris había perdido la cuenta de las horas. Entre papeles rotos y registros medio ilegibles, el trabajo era más una prueba de paciencia que de habilidad. Le llevaron un sandwich a la hora del almuerzo que comió mientras seguía ordenando ese lugar. Solo que por momentos estaba encontrando algo que no cuadraba. No era constante, no aparecía todos los días, pero ahí estaba. Escondido entre los reportes de patrullaje. Cerca de la medianoche, nunca la misma hora, siempre distinta y solo una hora. Y nunca había dos vacíos segu
El leve chirrido de la puerta interrumpió momentáneamente el silencio del despacho. Amaris alzó la vista. Silvana entró con una bandeja entre las manos y una sonrisa suave que iluminaba su rostro. El aroma a pan recién horneado y té tibio se deslizó por la habitación con una calidez acogedora. Al verla, Elliot, dejó el bolígrafo sobre la mesa y se puso de pie. –Buenos días –dijo él, acercándose a ella. –Buenos días, amor –respondió Silvana, levantándose ligeramente de puntas para besar su mejilla–. Te traje algo de desayuno. Pensé que tal vez no habías comido nada desde anoche y… bueno, como no volviste a casa… supuse que estabas trabajando, pero me quedé esperando igual. Elliot le sostuvo la mirada por un instante. –Lo siento –dijo él en voz baja–. Perdí la noción del tiempo y después no quería despertarte tan tarde. Ella negó con la cabeza, comprensiva.–No importa. Ya sé cómo te pones cuando algo te inquieta –murmuró con ternura y le acarició el rostro con dulzura. Luego mir
Amaris se levantó para dejar todos los reportes en una esquina del escritorio de Elliot. Algunos sobresalían del montón y al querer enderezarlos, uno de los papeles resbaló.—Cuidado —murmuró Elliot al mismo tiempo que ella estiraba la mano para atraparlo.Ambos se agacharon a la vez. Sus manos se rozaron haciendo que ella se moviera apresuradamente perdiendo el equilibrio. Sin pensar, Elliot la sujetó por la cintura para evitar que se cayera.Quedaron así, congelados por un instante. Ella sostenida por él, sus rostros más cerca de lo que debería ser cómodo, con la respiración entrecortada por la cercanía. Amaris se enderezó enseguida, apartándose con rapidez. Pero no pudo evitar sentir como su corazón se aceleraba.—Gracias —dijo en voz baja, evitando mirarlo y con las mejillas sonrojadas.Elliot carraspeó y dio un paso atrás, incómodo, rascándose la nuca.—¿Y? —Elliot tosió en su mano antes de volver a hablar—. ¿Has recordado algo?Ella lo miró, sin saber si la pregunta era por cur
La cabaña estaba en penumbra, iluminada apenas por la tenue luz de la lámpara sobre la mesa. Amaris, envuelta en una manta, daba vueltas con una taza entre las manos. La imagen de Silvana adentrándose en el bosque seguía firme en su memoria. No había podido contárselo a nadie aún… aunque la idea de hablar con Ralf empezaba a parecer más segura que seguir callando. No solo porque necesitaba que confiaran en ella, sino que también porque algo estaba ocultando y no creía que fuera bueno. Unos golpecitos sonaron en la puerta.“Llegó Ralf”, pensó Amaris antes de acercarse y abrir. Encontró a Ralf con su sonrisa fácil de siempre.—Hola chica misteriosa. ¿Molesto? —preguntó con voz baja.—Depende —respondió ella, cruzándose de brazos con una ceja levantada y una pequeña sonrisa en el rostro. Era fácil hablar con Ralf. Era como un pequeño hermano molesto. —No vine solo —dijo él, ladeando la cabeza.Detrás de él apareció Elliot con los brazos cruzados y la expresión neutral… o al menos eso i
Los últimos días habían sido un torbellino de preparativos. Desde que Amaris comenzó a ayudar a Silvana, el tiempo parecía haberse comprimido en una sucesión interminable de tareas: acomodar las mesas, revisar el menú, supervisar la llegada de los arreglos florales, probar combinaciones para el cóctel de bienvenida. Silvana no le delegaba demasiado, pero no podía negar que la presencia de Amaris le era útil. Ayudaba en todo lo que le pedía y tenía un excelente gusto en las decoraciones. La cena sería el sábado por la noche, y algunos alfas ya habían confirmado que se quedarían hasta el día siguiente. Los preparativos estaban casi listos, y Silvana le entregó una carpeta con la lista definitiva de invitados para que organizara las tarjetas de bienvenida. Amaris se sentó en una de las mesas aún vacías, alejadas del bullicio, y abrió la carpeta. Iba pasando los nombres, reconociendo a algunos por lo que había escuchado en la oficina de Elliot o nombres que había oído antes, cuando aún
El salón principal estaba casi listo. El aroma a flores frescas y pan horneado flotaba en el aire, mientras las omegas iban de un lado a otro organizando los últimos detalles. Amaris, acomodando un ramo de peonías en la mesa principal, se volvió hacia Silvana, que revisaba todo con una expresión atenta.—¿Cómo te sientes? —preguntó Amaris—. Debe ser agotador estar organizando todo esto estando tan cerca de tener a tu bebé.Silvana la miró sorprendida por un instante, pero luego sonrió con dulzura.—He tenido días peores —dijo con una risa ligera, llevándose la mano al vientre—. Pero sí, a veces me pesa un poco más de lo que quisiera.Amaris bajó la mirada hacia su vientre redondeado.—¿Te falta mucho?—Unos dos meses, más o menos —respondió Silvana, su voz teñida de una mezcla de emoción y nerviosismo—. Ya quiero tenerlo en brazos… aunque también me aterra un poco.Amaris sonrió de manera genuina, a pesar del nudo que sentía en el estómago. —Supongo que es normal. Es un cambio enorme
–¡No puedes hablar en serio! –Hablo muy en serio madre. –Amaris miró a su madre determinada. –Lo amo.–Hija. Tienes solo diecinueve años. No sabes lo que es el amor. Lo que tú tienes es una obsesión. –Su madre trataba de hacerla entender.–No, no es así. Yo lo amo y eres tú quien no quiere que yo sea feliz. Amaris vió como el rostro de su madre mostraba dolor por su comentario. Pero era así. Toda su vida había tenido que estar encerrada, protegida, sin ver a nadie, porque según ella era peligroso. –Hija mía… entiende… ese hombre no te ama.–Si me ama. Él me lo dijo.–No… imposible. –Ella negaba. –Tú nunca lo has visto en persona. –Si lo conozco. –Amaris le aclaró. –Lo conozco desde hace meses. Él es dulce, comprensivo, respetuoso. Lo amo. –Repitió.–No… tú nunca has salido de aquí. No tienes como conocerlo.–¡Si lo conozco! –Gritó Amaris. –Entiéndelo de una buena vez. Nos amamos, vamos a casarnos. –¡No te ama! –Volvió a negar su madre. –¡No puede ser verdad!–¿Estas diciendo que
Ella no era feliz.Habían pasado tres años desde que se escapó para convertirse en la luna de la manada Shadowmoon y esos años habían sido un infierno. Al principio ella fue feliz.Sólo la primera semana. En cuanto se casaron, ella prácticamente fue olvidada. Claude solo había querido su bosque, en cuanto estuvo en su poder se olvidó de ella. Su madre siempre había tenido razón. Los hombres lobos eran egoístas, crueles y avaros.–Ve a limpiar los baños inutil. –Ni siquiera era respetada por las sirvientas, ella era una esclava en su propia casa. –Sí señora. –Amaris le respondió a la jefa de las omegas y corrió a limpiar. Ella ya no lloraba, hace mucho que había dejado de hacerlo, no ganaba nada con las lágrimas. Como novio Claude había sido súper amoroso, pero justo después del matrimonio todo eso había cambiado. Solo trabajaba y ella había quedado a un lado sola, sin conocer a nadie. Solo se quedaba en su dormitorio todo el día sin saber qué hacer. Cada vez que quería ayudar en al